martes, 29 de julio de 2008

s/t (28.07.08)

Su presencia me abruma, hace que el aire desaparezca y que todo a mí alrededor se desarrolle en cámara lenta, y como cubierto por una bruma. El corazón golpea mi pecho, como queriendo huir. Huir como yo deseo hacerlo, y cómo finalmente haré.

No puedo ocultar lo que siento, ya no puedo colocarme una máscara de indiferencia que haga creer a todo el mundo que nada extraño me ocurre. No estando el delante, tan cerca de mí, y a la vez tan lejos. Quiero verlo, sentirlo, pero a la vez deseo correr hasta que no me queden fuerzas, o hasta que entre nosotros haya una distancia tan grande que él no pueda franquear.

No hablo, no respiro, ni tan siquiera soy consciente de aquellos que me rodean, por lo que al final tras emitir una sutil disculpa, abandono el grupo, ese grupo que ya ni tan siquiera sé de quien está compuesto. Porque para mí ya sólo él está en el salón, soy consciente de cada uno de sus movimientos, de sus gestos, de sus palabras, de sus sonrisas, y no quiero serlo. No quiero que su presencia me afecte tanto, en realidad no quiero que su presencia me afecte de ninguna manera.

Dicen que el tiempo todo lo sana, que incluso los corazones rotos se regeneran, sin embargo el mío vuelve a sangrar al verlo. Vuelve a doler como el primer día, y todo aquello por lo que he luchado se derrumba como un castillo de naipes.

Sé que no es la primera vez que le he visto desde su vuelto, y que seguramente no sea la última, pero cada una de esas veces mi reacción ha sido la misma, y me odio a mi misma por ello, porque no parezco más que una marioneta cuyos hilos sólo él pueda manejar.

Fijo mi vista en el embaldosado y avanzo sin pensar, chocando con la gente en mi camino y dejándolos atrás sin emitir siquiera una disculpa. Necesito huir, salir de allí, y hacerlo antes de que las fuerzas me flaqueen. Porque no quiero volver a parecer una niña tonta ante su presencia. No quiero que crea que todo el daño que me ha hecho se puede olvidar de la noche a la mañana.

Pero cuando finalmente sus ojos se posan en los míos, es cómo si nada existiera al margen de los dos. Comienzo a flotar sobre el suelo, y olvido todo lo ocurrido, hasta dejarme llevar por sus palabras. Y no quiero que vuelva ocurrir, quiero que algo de dignidad quede en mí, quiero respetarme a mi misma, y ser capaz de no rendirme ante él.

Finalmente las puertas del jardín se abren ante mí, la terraza oscura y solitaria me parece ahora el mayor de los refugios. Un lugar en el que poder respirar nuevamente, en el que sentirme libre por unos instantes de las cargas impuestas. No me importa el olor a ozono en el aire, no me importa el gélido viento sobre mis hombros desnudos, ni tan siquiera la tormenta que noto que se acerca. Me apoyo en el pasamanos y observo el tenebroso jardín que esta tarde adule maravillada, siento el deseo irresistible de recoger mi vestido, bajar los escalones que me separan de él, y perderme en ese bosque sombrío para siempre. Convertirme tal vez en una ninfa, o en un hada, o en lo que fuera... pero dejar atrás el sufrimiento que acarreo. Esa estupidez que me llevo a amarlo como lo amo.

Escucho un ruido a mis espaldas y me giro al tiempo que un inmenso rayo ilumina por unos segundos el jardín, su figura altiva resalta por unos instantes en la oscuridad, y puedo ver la sonrisa en su rostro. Mientras retumba el trueno mi corazón late tan fuerte que se confunde con él. Miro a mí alrededor como un conejillo asustado sabiendo que no tiene escapatoria y dos unos pasos hacia atrás hasta que mi vestido golpea el pasamanos. Miro unos segundos hacia atrás y cuando me quiero dar cuenta le siento frente a mí.

A pesar de mi altura un tanto elevada ante el me siento pequeña, menuda y frágil, cómo una muñeca de porcelana y que muchas veces el me trate como si lo fuera no me ayuda. Siento el deseo contenido en él, siento el tremendo amor que me envuelve estando a su lado. La desesperación en su mirada. Pero no soy capaz de decir las palabras que nos liberen a ambos. El miedo es más poderoso que el amor que siento, el miedo a que todo se repita otra vez. El miedo a amarle tan profundamente que me deje arrastrar...

Alza su mano temblorosa deseando acercarse a mí y acariciarme, pero en el camino se detiene y la cierra en un puño. Hasta dejarla caer sobre sus impolutos pantalones. Oigo como contiene la respiración, cómo él también busca fuerzas, pero yo no soy capaz de moverme. Desde el mismo momento en que él atravesó las puertas del jardín, todos mies miembros quedaron petrificados como si hubiera mirado de frente a Medusa.

Finalmente su voz, profunda, seductora se alza sobre los elementos y me acaricia como si de un amante se tratara. Quiero resistirme a él, pero tan sólo el sonido de su voz hace que las lágrimas escapen a su prisión y que todas mis defensas se desmoronen.

- ¿Por qué nos haces esto?. Mis actos no fueron los más adecuados, pero ya te pedí perdón por ello, porqué me castigas por un error que ya pasó, ¿por qué te castigas a ti misma?.

Sin dejar de mirarme a los ojos se quita el guante y seca las lágrimas de mis ojos, mientras se acerca un poco más.

- Dime sino que ya no sientes nada. Que mi estupidez mato lo que tu corazón albergaba. Dime que ya no sientes nada cuando hago esto – su mano izquierda rodea mi cintura, hasta colocarse justo sobre el fin de mi espalda – o esto – con la mano que descansaba en mi cara me acaricia suavemente descendiendo por el cuello, y llegando hasta la nuca, dónde con un simple gesto hace que todo mi cuerpo se estremezca – o esto.

Dice finalmente mientras sus labios descienden sobre mi cuello, dándome pequeños besos, recorriendo a la inversa el camino que su mano recorrió, hasta que se posan en mis labios. Dejándome sentir una vez más su aterciopelada calidez...

Quiero rechazarlo, separarlo de mí, y coloco mis manos en su pecho con esa intención, pero mientras sus labios ahondan en el beso, mientras su lengua me invade... me rindo... y dejo que vaguen por su pecho hasta alcanzar su cuello y acercarlo a mí.

El cielo finalmente se rompe y comienza a llover como si del diluvio se tratara, pero ninguno de los dos es consciente de ello. A los pocos segundos estamos empapados pero la fría lluvia no es capaz de apagar el deseo tan largamente reprimido.

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